La manifestación de la muerte estaba muy asumida, adquiriendo gran importancia en la cultura popular. Tener “mala morte” significaba que tenía poca importancia o valor. Además, todos nacemos para morir, aunque este fenómeno siempre haya sido un tabú en la mentalidad popular. La inflexión de ésta ante el natural fenómeno, se produjo en el siglo XIX, siendo clasificado por los estudiosos como “la crisis contemporánea de la muerte”.
El hecho de la conmemoración de la muerte de una persona hacía que fuese considerado necesario el funeral como una forma extrema de dar importancia social de este hecho, y no hacerlo, representaba su negación, su abandono social. Así que la casa del difunto aunque fuese muy pobre, siempre guardaba dinero para un funeral decente.
cementerio de Bulnes |
El suceso de la muerte estaba fuertemente ritualizado tratándose de forma muy elaborada, convirtiéndose en un complejo rito de paso que va desde que el individuo fallece hasta el “cabu d´añu”.
El óbito originaba cambios importantes y desequilibrios en la vida familiar que sólo se restablecía cuando otro individuo del mismo entorno ocupaba la posición vacante.
La extrema ritualización de todo el proceso hacía posible el cambio a la nueva situación sin las menores tensiones posibles para la continuidad familiar.
El temor a la muerte era algo inherente y formaba parte de la vida cotidiana. Existían múltiples creencias populares sobre ella. El canto de la curuxa o el aullido de un perro delante de una casa, traía malos presagios para ese hogar. Si las gallinas cantaban como un gallo o romper un cristal o espejo, tampoco auguraba nada bueno. La intensidad o la duración de la luz de las velas en la ceremonia de la boda era presagio de acortamiento o perdurabilidad en la vida de los novios.
Si se tenía la desgracia de encontrarse con la Güestia una noche, de seguro que la muerte le llegaba al tercer día, o todo lo más, al año.
Las “capillas de ánimas” u oratorios, eran pequeñas construcciones donde colgaba una cruz o una imagen religiosa. También había un cepo donde la gente echaba limosna, que eran recogidas por el cura de la parroquia utilizándolas para dar misas por las almas.
Las capillas se encontraban en los cruces de caminos, y cuando la gente pasaba, rezaban una oración por las ánimas del Purgatorio. Estas construcciones eran un recuerdo a los difuntos, y su función era ayudarles a pasar lo mas rápidamente posible hacia el cielo. A veces eran propiedad particular de una familia que era la encargada de limpiarla y mantenerla en buenas condiciones.
También existieron las Rondas de Animas. Mujeres cubiertas con mantillas, portando un farol y haciendo sonar una campanilla a su paso; iban postulando por las casas limosna para misas por las ánimas del Purgatorio.
Animas del purgatorio
Son las que están a tu puerta
Si nos dais una limosna
Tendréis la gloria muy cierta
Existía un gran miedo a enterrar a una persona viva o ser enterrado vivo, así que había que asegurarse que el difunto lo fuese de veras, ya que en muchos pueblos no había médico que certificase el óbito. Así que se recurría a métodos más domésticos como acercar una vela o un espejo a la boca del difunto para ver si había aliento.
También era aconsejable evitar los llantos para que el alma no se angustiase y pudiese dejar el cuerpo del fallecido.
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