POZO DE ALMAS

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domingo, 22 de julio de 2012

LA TUMBA DEL SEÑOR DE SIPÁN : LA CAPILLA SIXTINA AMERICANA

En 1987, en la costa norte del Perú, a 800 kilómetros de Lima, en el departamento de Lambayeque, se produjo un descubrimiento arqueológico que sorprendió al mundo: la tumba del Señor de Sipán. Una gran epopeya de la aventura arqueológica.

En esa época el país estaba sumido en una profunda crisis. El Sendero Luminoso, uno de los grupos terroristas más crueles del mundo junto con los Jemeres Rojos de Camboya, azotaba a la población con sus continuos atentados. Miles de personas abandonaron sus hogares y sus raíces en la sierra para vivir la franja desértica de la costa, entre los Andes y el Océano Pacifico. No tenían trabajo y sus condiciones de vida comenzaron a ser muy precarias cuando no miserables. Sin embargo, la tierra que pisaban escondía tesoros arqueológicos de incalculable valor.



 En poco tiempo se incrementó el expolio de los lugares arqueológicos. Proliferaron las bandas de huaqueros, como llaman en Perú a los saqueadores de sitios arqueológicos. Todas las noches se destruían contextos funerarios, templos, santuarios y pirámides. Los marchantes y traficantes promovían el saqueo. Compraban las piezas que desenterraban los huaqueros por cantidades irrisorias de dinero, que se multiplicaba hasta alcanzar precios astronómicos en el mercado negro de coleccionistas.

Una noche, en la chichería de la pequeña aldea de Sipán, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Chiclayo, dos policías de la Brigada Secreta Antiterrorista presenciaron absortos la fiesta que parecían celebrar los aldeanos. Todos bebían y reían como si les hubiese tocado la lotería. No entendían nada. Estaban allí porque una semana antes, un comando terrorista había tomado la aldea vecina. Ya entrada la noche, un joven se acercó tambaleándose a la barra con claros síntomas de embriaguez. Al parecer no tenía dinero para pagar su cuenta, pero deposito en el mostrador una pieza arqueológica de oro. Los policías le detuvieron inmediatamente.



 No tuvieron que emplearse a fondo para que el muchacho les contara lo que ocurría. Una banda de huaqueros dirigida por un tal Ernil Bernal había saqueado una tumba muy importante en la huaca que lindaba con el pueblo. En Perú llaman huaca a los lugares arqueológicos, ya sean tumbas, santuarios o como en este caso una pirámide. Los policías registraron la casa de Ernil Bernal en la que sólo se encontraba la madre del huaquero. En la alacena de la cocina encontraron una bolsa de papel que contenía varias piezas de oro. Desde la comandancia de Chiclayo llamaron al arqueólogo Walter Alva, entonces supervisor de la zona y director del Museo Bruning de Lambayeque.

Lo nunca visto



El alijo lo componían un ídolo y dos cabezas felinas de oro y turquesas. Nunca antes se habían visto piezas así de la cultura moche. Una tumba muy importante había sido expoliada. Decidieron intervenir de inmediato. Cuando llegaron a Huaca Rajada, la pirámide que estaba siendo profanada, había más de 60 personas cavando y cribando la tierra. Tuvieron que disparar al aire para que la gente desalojase el lugar. Walter Alva, su colaborador Lucho Chero, dos estudiantes y dos policías se hicieron fuertes en el sitio arqueológico. Todas las noches había tiroteos. Los huaqueros instigados por los traficantes atacaban el lugar. Era difícil hacerles comprender que aquellos tesoros que desenterraban eran patrimonio de la humanidad, que a pesar de estar en su pueblo no les pertenecían.



Al parecer todo empezó por un conejo. En un recorrido de reconocimiento que realizaba la banda de Ernil Bernal en Huaca Rajada buscando lugares en donde excavar, observaron una madriguera horadada en la pared de adobe de la pirámide. Al construir su guarida, un "conejo arqueólogo" había extraído unas bolitas de oro. Estaban perforadas, sin duda eran las cuentas de un collar. Esa misma noche los huaqueros comenzaron a excavar en la madriguera. Tres días más tarde, habían llegado a la cámara funeraria de una tumba. Las vigas de algarrobo con las que los mochica sellaban los enterramientos habían conseguido, a pesar del tiempo, que el relleno no aplastara la sepultura. Los féretros allí enterrados hace unos 2.000 años se encontraban intactos. En sucesivas noches, con el mayor de los sigilos para no despertar sospechas en la aldea de Sipán, fueron extrayendo las piezas arqueológicas de incalculable valor. Pero, finalmente, los pobladores se enteraron y se presentaron en la pirámide. La banda de Ernil no tuvo más remedio que dejarles participar en el saqueo, aunque las piezas más importantes ya se las habían llevado.



Una noticia publicada en la prensa local de Trujillo referente a la venta clandestina de algunas de esas piezas por 80.000 dólares, hizo intervenir nuevamente a la policía; al parecer el expolio había sido más grande de lo que se pensaban en un principio. Junto con Walter Alva regresaron a la casa de los Bernal. En ese momento Ernil llegaba con una furgoneta. Le dieron el alto, pero el huaquero se dio a la fuga. Al poco era alcanzado por un certero disparo que puso fin a su vida. Según las declaraciones de Teofilo Villanueva, otro integrante de la banda de saqueadores, Eernil venia del campo, de esconder ocho sacos que contenían la mayor parte del botín. Desde entonces la gente de Sipán sigue buscando los sacos del tesoro.



La muerte de Ernil Bernal hizo que las hostilidades en la excavación de Huaca Rajada se recrudecieran. Walter y su familia fueron amenazados de muerte si no dejaban de excavar y permitían la entrada de los huaqueros, pero Walter y los suyos siguieron con los trabajos. Habían descubierto una tumban de grandes dimensiones, muy cerca de la que había sido saqueada. En la parte más alta del contexto funerario, la osamenta de un guerrero con los pies amputados podría ser el presagio de un gran descubrimiento. Posiblemente se trataba del guardián del mausoleo. Ahora no podían desistir.

Una pirámide moche.



Siguieron excavando y profundizando en la tumba, a golpe de pincel y espátula, al lento tempo de la arqueología. Un mes más tarde, en la primavera de 1987 se produjo el gran descubrimiento. Se trataba del primer gobernante mochica recuperado para la historia. El enterramiento contenía un personaje principal cubierto de ornamentos y emblemas militares de oro, plata y piedras preciosas, al que se comenzó a llamar 'El Señor de Sipán'. Junto a él, ocho osamentas de las personas que lo acompañaron en su viaje al inframundo atestiguaban la importancia de este alto dignatario. La noticia del hallazgo dio la vuelta al mundo, pues se trataba de la tumba más rica de América. Mientras duró la recuperación y restauración de las más de 600 piezas que componían el ajuar funerario, se acordonó la zona y los ataques de los huaqueros y traficantes cesaron.
16 tumbas

Meses más tarde, junto a la tumba de 'El Señor de Sipán' se encontraron los enterramientos de un sacerdote y de otro gobernante al que se llamó 'El Viejo Señor de Sipán'. Hasta hoy se han descubierto 16 tumbas en la plataforma funeraria de Huaca Rajada. Todas de personajes de la elite moche: gobernantes, sacerdotes, jefes militares, etc. Los tesoros recuperados se exponen el Museo de Tumbas Reales de Lambayeque, considerado como uno de los mejores de América, y en el museo del sitio en Sipán, que alberga las piezas encontradas en las tumbas 14, 15 y 16.



La cultura moche es una de las más atractivas del Perú. Se desarrolló desde el siglo I hasta el VII d.C. Los restos de sus construcciones de adobe nos hablan del alto nivel tecnológico al que llegaron. Edificaban por medio de bloques con juntas de dilatación para protegerlos de los movimientos sísmicos. Sus pirámides, aunque horadadas por el agua en las venidas del Fenómeno del Niño, todavía se mantienen en alto. Utilizaban millones de ladrillos de adobe; por ejemplo, la pirámide de Huaca Rajada se construyó con 88 millones de ladrillos, y la de Pampa Grande, con 122 millones. Los mochica convirtieron el desierto en un vergel gracias a la construcción de canales, muchos de ellos todavía en uso. Nunca se han superado las cosechas de maíz que obtenían. Aprovechaban los ríos que descendían de los andes para irrigar los campos antes de su desembocadura en el Pacifico. Vivian volcados al mar. Confeccionaban piraguas y balsas con totora, una especie de enea o espadaña, con los que realizaban largas singladuras. Sus canoas llamadas "caballitos de totora" todavía son utilizadas por los pescadores de la costa. Se pueden ver en pueblos como Huanchaco, Pimentel, Tumbes, etcétera.

MUSEO TUMBAS REALES DEL SEÑOR DE SIPÁN


Cerca de la ciudad colonial de Trujillo, 400 kilómetros al norte de Lima, una de las más bellas del país, se encuentran las Huacas del Sol y la Luna. Dos enormes pirámides truncadas situadas en una gran explanada, una frente a la otra, a 500 metros de distancia. En la del Sol era donde residía el poder político y administrativo. Es una gran mole de adobe de 43 metros de altura y una base de 228 metros de largo por 136 de ancho. La de la Luna, de 21 metros de altura, estaba dedicada a la religión. Los trabajos de excavación llevados a cavo por el arqueólogo Santiago Uceda y el restaurador Ricardo Morales, galardonados con el premio Reina Sofía a la restauración, han logrado recuperar el patio central de esta huaca decorado con murales y relieves policromados que muestran la cosmogonía del pueblo mochica. Este santuario está considerado como 'la Capilla Sixtina del arte moche'. En su altar mayor se han encontrado las osamentas de 40 guerreros sacrificados.



Los mochica no escribieron, pero plasmaron su mundo en la iconografía de la cerámica. Un lenguaje gráfico que documenta su entorno y pensamiento, y relata las más diversas acciones de su vida. A través de la cerámica, los arqueólogos e investigadores han logrado descifrar las singulares diferencias que determinan su manera de vivir, las creencias y la cotidianidad de este pueblo, en definitiva su concepción del mundo. Los alfareros gozaban de un estatus especial. Casi la totalidad de su trabajo era destinado a las ofrendas que acompañaban a los difuntos.

Curanderos, tejedoras, pecadores, campesinos, sacerdotes, guerreros, nobles, jefes militares, todos están presentes con excepcional realismo. Son famosas las figuras eróticas, que una vez más, evidencian el desarrollo cultural que alcanzaron los mochica.

Los mochica utilizaron el cobre intensivamente para fabricar herramientas, armas y ornamentos. El refinamiento al que llegaron en los trabajos de orfebrería es impresionante. La sutileza de las joyas engarzadas con turquesas y lapislázuli son de una belleza extraordinaria. Sólo un pueblo avanzado culturalmente puede llegar a realizar esos trabajos.
1.700 años antes que Europa



¿Cómo es posible que los mochica supiesen dorar el cobre, algo que en Europa se consiguió a finales del siglo XVIII mediante procesos de electrolisis? Lo cierto es que ellos lo lograron hace 2.000 años. También es asombroso que pudieran soldar los metales para confeccionar los ornamentos. Soplando con una fina pipeta concentraban la llama y elevaban la temperatura lo suficiente para poder soldar.

A unos 50 kilómetros al norte de Trujillo se encuentra el Complejo Arqueológico del Brujo, junto al pueblo de Magdalena de Cao. Aquí, En la primavera del 2004 tuvo lugar un importante descubrimiento: la momia de una mujer de la cultura moche, que vivió hace 1.700 años. Lo realmente sorprendente y único era que su ajuar funerario, integrado por emblemas militares, coronas y mazas de combate, la definía como a una mujer gobernante, la primera que se ha encontrado. Este descubrimiento ha cambiado por completo las teorías que había sobre el papel que jugó la mujer en las culturas precolombinas peruanas. Ahora se sabe que la mujer podía llegar a 

ostentar el poder.

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