domingo, 1 de diciembre de 2013

GAUDIOSA EL LUGAR DONDE EL TIEMPO SE PARA

Hay personas que a través de sus palabras son capaces de trasladarte a otros lugares...personas que parecen tener un don especial y que al escucharlas, al sentir su voz uno se deja llevar como mecido por unos suaves brazos a otro tiempo , a otros lugares llenos de magia...Mi amiga Yolanda Peón, tiene ese don...relajaros y dejaros llevar por sus palabras a la enigmática y misteriosa Gaudiosa...
YOLANDA PEÓN

Todos tenemos, o deberíamos tener, un lugar especial. Un lugar al que siempre  volvemos, que nos llena de  paz, donde el tiempo se detiene, y nos recarga  de energía, de tranquilidad. Un segundo hogar.  Hay muchísimos lugares así aquí. Asturias es mágica desde principio a fin, tierra de leyendas, de historia, de recovecos, de bosques y montañas, de mar….Pero dentro de todos y cada uno de esos lugares que me encantan, que admiro, hay uno más especial.
La historia de mi lugar mágico comenzó en un tren. Habíamos leído un artículo escrito hacía algunos años, y algo había ahí, en esas palabras, que nos atrajo de inmediato., así que en cuanto pudimos, pusimos rumbo a aquel lugar.
Y lo hicimos en tren, hacia el Oriente. A mí me encanta viajar en tren, tiene algo de novelesco, de aventurero. Además, aquella tarde llovía, iba ensimismada mirando la lluvia en los cristales, el magnífico paisaje, aún tan salvaje, que tiene Asturias.
Se me hizo corto el trayecto. Cuando quise darme cuenta, ya habíamos llegado. Así pues, con los chubasqueros y las mochilas, nos pusimos en marcha. El camino  se internaba entre bosques, por caminos secundarios, antiguos apeaderos, aldeas solitarias…..el comienzo prometía.
Buscábamos una antigua construcción, un templo de fe, con una gran importancia espiritual y mística. Sus leyendas, su historia, olvidada en la bruma de los siglos, hace de este enclave un lugar donde el tiempo se para, y a poco que uno quiera, aún puede oírse como nos susurra al oído leyendas perdidas en los albores del tiempo. Y en honor de su historia milenaria, de sus leyendas escritas entre bosques, decidimos preservar su nombre real, y lo bautizamos como “Gaudiosa”, ya que incluso cuentan, que aquí, en lo que hoy son ruinas,  el rey Pelayo y su esposa se tomaron un breve descanso.
He de decir que aquel día llovía torrencialmente. Una cortina de agua caía sin descanso. Tomamos el camino que llevábamos memorizado y apuntado desde casa, entre senderos y caminos, con los puntos clave que nos servían de referencia, el Faro, la Cueva y la Santuario.
Cuanto más te adentras por sus senderos, la magia te envuelve más y más, bosques verdes, senderos estrechos entre el verdor, y de repente, llega a tu oído el rumor del mar, de las suaves olas rompiendo contra los riscos. Muchas veces, el camino es en sí un momento mágico, un camino que te sumerge de lleno en una paz inmensa.
Y creo firmemente, que no sólo los seres vivos estamos “vivos”, sino también los lugares, las rocas, lo inmóvil. Porque aquel día, puedo dar fe, de que Gaudiosa no quiso ser encontrada. No os podría decir cuántas veces recorrimos ese camino en aquella lluviosa tarde, arriba y abajo. Y cuantas veces miramos perplejos las indicaciones que llevábamos. No aparecía. Y era imposible que hubiese caído, porque las piedras desperdigadas delatarían la que hubiese sido su situación.
No hubo manera. Pudimos contemplar el Faro que marca uno de sus lados, un paisaje precioso, aquel faro, solitario, mientras la lluvia caía en el mar y el viento silbaba alrededor, uno de los puntos de referencia para encontrar nuestro templo, que nos mantuvo durante un tiempo maravillados contemplando el espectáculo marítimo.
Encontramos el enclave de la cueva, silenciosa, guardiana ceñuda de siglos, que nos observaba desde abajo. Parecían burlarse de nuestro desconcierto.
Seguíamos por el sendero. Y dimos con el tercer punto, el Santuario. Allí en medio, pequeño pero hogareño, cálido, que emanaba esa piedad y cariño con la que los fieles van a pedir a su Santo remedio o consuelo. Cuando la persona lo pide de corazón, por cariño y por piedad, parte de la energía benéfica que emana, se queda en ese lugar, haciendo de él, un sitio agradable, que consuela y ayuda. Allí también nos detuvimos, era precioso, mágico. Cerca de él, hay una fuente. Y tan beneficioso es el lugar, que aquella fuente tiene fama de milagrosa, así como el pequeño santo, labrado en piedra, al que los habitantes del lugar le tienen gran cariño y respeto.
Pero Gaudiosa seguía sin aparecer. He perdido la cuenta de las veces que recorrimos el sendero. De un punto a otro, y de allí, a un tercero, pero esa tarde, nos esquivaba. La noche caía, imparable, así que tuvimos que irnos, aunque nos resultaba muy difícil separarnos de aquel lugar  sin haber, ni siquiera vislumbrado, aquel lugar de leyenda.
En el tren repasamos una y otra vez el camino mentalmente, las fotografías, el artículo…..el lugar estaba claro, pero también estaba claro que aquel día, quizá, era el propio lugar el que no estaba de humor.
Eso no hizo más que jalear nuestro interés aún mucho más, así que en cuanto pudimos, volvimos a ir. Y esta vez en coche, no nos iríamos sin encontrarlo. Fuimos muy muy temprano, apenas amanecía cuando llegamos de nuevo a aquel camino que habíamos recorrido unas cuantas veces. Tenía que estar por ahí. Estaba clareando, y aquel día prometía, que pese al frio, nos acompañaría la claridad, y quien sabe, quizá hasta saldría un poquito el sol.
Mochila al hombro, bastón en una mano, y camino abajo. La claridad se colaba a duras penas entre los enormes árboles. Disfrutábamos el paseo aún más si cabe, ya que al no llover, era mucho más cómodo. Aunque también digo, que esas caminatas bajo la lluvia me encantan.
Vimos el Faro, el primer punto, y pudimos detenernos más aún en él. El paisaje que se ve desde allí, es impresionante. Seguimos. Frente a nosotros, y bajando por un camino que se desviaba a un lado, estaba la Cueva. Parecía que aquel día nos miraba más amable. Tercer punto: el Santuario y la fuente. Aun más mágico que la primera vez. Seguimos caminando. Y aquí, y llegados a este punto, puedo decir sin miedo a equivocarme, que nos pasó una de las cosas más mágicas y especiales que hemos podido vivir. Por el enclave donde nos encontrábamos, por el amanecer tan perezoso, por los altísimos árboles y la hierba, tan verde y brillante de la helada caída, allí en medio, solos, aislados, justo en el cruce de cuatro senderos, con el Santuario a nuestras espaldas, empezamos a oír tocar una flauta. Una melodía alegre, clara y alta. Parece que nos clavamos en el suelo. Era un instante total y absolutamente mágico. Nunca supimos quien fue, pero en aquel lugar, en aquella condición, parecía talmente que era el Busgosu, ser mitológico asturiano, que sin reparar en nuestra presencia, o considerándola insignificante, recorría los bosques tocando su flauta de madera sin preocuparse de que lo oyésemos.
La melodía se fue alejando hasta que se apagó. Empezamos a caminar de nuevo, comentando encantados el suceso, que tan pintoresco nos había parecido. Poco más anduvimos, porque allí, a nuestro frente, estaba Gaudiosa. Alta, abrazadas sus ruinas y  piedras mimosamente por plantas trepadoras, imponente y señorial. Pocas palabras hay para describirla: sencillamente magnifica.
Aquí la energía es mucho más fuerte. Es un lugar de poder. Telúrico. Benigno. Potente.
Antiguamente, nuestros antepasados acudían a los druidas para averiguar los enclaves energéticos de nuestra tierra. Sitios donde confluían una o más líneas energéticas, y donde era conveniente construir sus rudimentarios promontorios sagrados. Ellos, observadores y estudiosos de la naturaleza, sabían perfectamente que si se construía  ahí encima los dólmenes, o incluso túmulos funerarios, esa energía benéfica seria multiplicada, beneficiando así a todo lo que hubiese alrededor, y haciendo que sus ritos y peticiones, fuesen más fuertes  potentes. Gaudiosa está en un lugar así. Lo que emana es algo tan fuerte, que incluso la gente más reacia, reconoce que siente más paz, que nota un lugar tranquilo, que se relajan con más facilidad.
Incluso, y de manera espontánea, la gente que ha dado con ella, ha ido dejando hace años en una antigua caja, escritas sus impresiones. Peregrinos que por suerte, ha llegado hasta allí, y ha venido de muchos sitios de España, incluso es posible encontrar alguna nota extranjera. Todos hablan con cariño de la sensación de paz y “buena energía del lugar”, de la espiritualidad, e incluso de sentir que “alguien les observa”
Gaudiosa aún conserva dos lapidas de piedra, y un pequeño horno para cocer el pan. Incluso mucho antes de nuestra época, conservaba dos pequeñas estatuas de dos caballeros, que los habitantes adoraban pensando que eran santos. A su alrededor, se ven parte de muros, de algunas casitas de personas que en algún lugar en el tiempo, habitaron tan mágico lugar.
La ensoñación se hace presente. Sentada en una piedra, dejaba vagar la mente, situando en aquel sitio las leyendas que contaban, la gente que lo habitó, los secretos que no serán desvelados.
Un poco a la derecha del templo, entre un pequeño bosquecillo, se ve el mar, inmenso, azul, cortado al final por el cielo. Puedes quedarte horas frente a esa estampa, porque no parece existir nada más alrededor. Yo me he quedado absorta muchas veces dejando que mi vista se pierda.
Después de aquella, han sido muchas las veces que he vuelto. Siempre que puedo llego hasta ella, y me siento entre sus muros. La energía allí se siente, es real, vibra, danza….te sana. En ese lugar me siento en casa.
Gaudiosa es, y será, la “niña de mis ojos”. Es tan mágico y especial, que David Madrazo decidió incluirlo en su libro “50 Lugares Mágicos de Asturias”, con su nombre real. ¿Seréis capaces de adivinarlo?  Y estoy segura de que si alguien, tras leer mi relato, o el de David, se decide a buscarlo, vivirá una experiencia preciosa, mágica y especial. Siempre y cuando, claro……….. Gaudiosa se deje encontrar.
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